Por: Luis Arcas González
18 de junio de 2019
Hijos míos, os voy a contar la versión larga de por qué estoy aquí hablando con vosotros: tened paciencia.
Hace unos seis mil 500 millones de años una estrella colapsó y explotó; la tierra aún no existía, pero esa estrella estaba muy lejos, tanto que dio tiempo a que se formara nuestro planeta.
En su explosión la estrella creó millones de asteroides que fueron lanzados por todo el espacio a velocidad incomprensible a nuestras inteligencias. Uno de ellos, del tamaño de Andalucía, viajó millones de años y se acercó a nuestro sistema solar e impactó con otra roca que se encontraba en el cinturón de Kuiper, que es un inmenso conjunto de asteroides que rodea nuestro sistema solar.
La consecuencia fue que se rompió en trozos y uno de ellos, detenida su velocidad por el impacto y cambiado su rumbo, se dirigió directamente hacia la tierra, calculo que hace de eso unos cinco millones de años.
El asteroide entró en nuestra atmósfera y su rozamiento con ella lo fundió… ese trozo de resto de estrella estaba constituido por oro que se convirtió en una masa líquida de dicho metal y a nuestra superficie llegó como una lluvia de metal fundido que cayó en una zona concreta.
Allí están los miles de millones de esas gotas solidificadas en forma de pepitas de tamaños medios increíbles; nunca nadie las vio porque la gente busca el oro donde puede haberlo por su formación geológica en nuestra tierra.
Ese oro cayó donde nadie lo buscaría y yo lo encontré.
¿Sigo?
19 de junio de 2019
Hace más de 30 años, en una excursión de un grupo que creé de mineralogía, pasamos andando por un extremo del batolito del Valle de los Pedroches en la zona norte de Córdoba. Era junio y el calor ya era intenso. Habíamos empezado nuestra andadura temprano; pero nos cogió andando. El sol, en su cenit, abrasaba y confería una luminosidad extrema al suelo que pisábamos.
En un momento, andando por el lecho de un arroyo, observé brillo en sus arenas. Cogiendo un puñado de ella la enseñé a dos geólogos del grupo y pregunté si podía contener oro.
Se rieron:
—Brilla la mica, aquí no hay oro.
Yo sabía perfectamente qué era la mica, de hecho estábamos en el batolito, una inmensa losa de granito que conforma el Valle de los Pedroches.
Llevábamos viendo mica hasta en trozos grandes que antes se utilizaban para hacer las bases de las planchas de ropa, por sus propiedades.
Pero no, yo no les llevé la contraria ni me molesté por sus risas porque yo vi un brillo diferente a la mica: era brillo de corpúsculos de oro entre la arena.
Aquel momento me persiguió siempre en mi memoria.
Pasados los años, criados los hijos, prejubilado, decidí no morirme sin resolver aquello.
Hacía unos años que perdí el carnet de conducir por los puntos después de casi 40 años de tenerlo: cambios de domicilios que hacían que las notificaciones no me llegaran y la publicación en los BOP, que no lee nadie, me incapacitaron para una de las cosas que mejor sabía hacer: me empeñé, hice un curso y volví a tenerlo.
Con un coche viejo y reparado, una azadilla y muchas ganas volví allí solo y con la mitad de las fuerzas que en aquel entonces tenía. Fui directamente al arroyo y empecé a cavar con mi herramienta y salieron: al quitar una capa de arena de apenas 40 centímetros afloraron las pepitas de oro. Había muchísimas. Sentado, sin moverme de donde estaba, cogí más de las que podía llevar.
El oro es muy denso. Una botella de agua de 1.5 litros, de las que usamos tan a menudo, llena de oro pesaría casi 29 kilogramos.
Llevaba una pequeña mochila con agua, mapas, la azadillada y algo de comida. La vacié y la llené de ese oro. Subí como pude hasta el coche, la vacié en el maletero y volví a buscar más. Así hice durante cinco horas, con descansos, porque hubo momentos en que mi corazón latía tan rápido que creí que iba a infartar, además de que mis pulmones dijeron: «basta»… me axfisiaba.
Me senté, me serené, pensé que nadie sabía que ese oro estaba ahí y que podía volver cualquier otro día a seguir cosechando.
Tapé con arena todo lo que había descubierto, le pasé un ramón que corté de un árbol cercano y lo dejé todo como si nadie hubiera estado ahí.
Cuando llegué a casa, ya anochecido, me senté, comí algo, me tomé un cubata y me dormí.
El oro lo dejé en el coche. Pensé que a nadie se le ocurriría robar un cacharro tan viejo.
La mañana me despertó a las 12 y a pesar de ser tarde me sentía cansado.
Subí del coche en varios viajes con descansos regulares todo ese oro y lo pesé con una báscula de baño de personas: 130 kilogramos.
Lo tuve que pesar dos veces, y luego tres: ¡había obtenido unos 130 kilogramos de oro puro de 24 kilates en cinco horas de trabajo, con descansos!
Me paré a pensar:
—Bueno, ¿y ahora qué? ¿Cómo convertir eso en dinero? ¿Cómo conseguir que hacienda y el estado en general no se enteren y que yo y mi familia podamos disfrutar de ello?
Tenía casi cinco millones de euros y la duda de cómo disfrutarlos.
¿Sigo?
Más tarde…
Duda que tengo sobre los animalist@s.
¿Si en su casa aparecen una, dos o tres cucarachas de esas rojizas, que vuelan, enormes, de antenas largas, foráneas y encantadoras… las aplastan con un zapato, les echan insecticida o las alimentan, les preparan casitas de cucarachas y les ponen calefacción por si tienen frío?
Igual me pregunto sobre si una hilera de miles de hormigas entran y salen de su cubo de basura y de su verdulero-frutero.
Mi duda es sobre su consideración de que un ciervo o un toro bravo tiene más derecho a la vida que una cucaracha o una hormiga, siendo todos ellos unidades de vida.
21 de junio de 2019
Bueno, dado el interés mostrado y la opinión de mi hijo, informo que no seguiré poniendo por este medio más escritos sobre mi descubrimiento del mayor yacimiento de oro de la historia de la humanidad.
He escrito ya unos 400 folios y sigo.
Si alguien tiene interés que se espere hasta que publique mi primer libro y luego los sucesivos, a veinte euros el ejemplar, que estoy harto de regalaros lo que vale una barbaridad.
He decidido hacerme rico a vuestra costa, que ya está bien de regalaros mi arte.
Fijaros en la hortera de Rosalía, quien ya cobra una bestialidad por media horita. Pues yo lo mismo, ea.
23 de junio de 2019
A los mañicos de Zaragoza y a los catalanes del Reino de Aragón: ¿ahora qué? Tenéis más calor que en Córdoba y la semana que viene os vais a asar como los cordobeses.
¡Qué ganas tenía de poder soltaros esto! Llevo muchos años esperando.
Me he quedado más ancho que largo.
28 de junio de 2019
Iba cabalgando sobre mi caballo bayo por esos montes de Arizona. A mis 55 años entendía que era lo habitual en mi vida.
Mi rifle Winchester 30.30 en la montura y mi Colt en mi cintura me daban la seguridad que necesitaba en un territorio que siempre era hostil.
Al pasar por ese desfiladero oí un gruñido; paré mi caballo, que ya se mostraba inquieto, y miré a mi entorno: un oso grizzly enorme me amenazaba.
Al momento oí un rugido a mi izquierda y al mirar vi a dos pumas, también enormes, que me acechaban.
Sin tener tiempo de reaccionar unos gritos de salvajes me hicieron mirar hacia el frente y ahí estaban: unos 200 indios armados hasta los dientes me cortaban el paso.
Intenté dar la vuelta y huir con mi caballo bayo y al girar me asombró ver que iban tras de mí, desde siempre, un grupo de abogados y procuradores del banco donde formalicé la hipoteca de la casa que perdí hace años.
No tenía más opción y por ella me decanté: aticé mi caballo bayo y, a todo galope, me dirigí hacia el oso, los pumas y los indios: una forma de morir con dignidad.
Bueno, para no hacer una historia triste os diré que el oso quería que le rascara el lomo, los pumas pretendían juguetear y que les lanzara palos para traérmelos y con los indios organizamos unas partidas de póker que por poco no pierdo a mi caballo bayo.
Aún sigo aquí y los abogados y procuradores de banco también, rodeando nuestra timba.
Son incansables.
Más tarde…
Veo «El tiempo» en TV1″ y sigue diciendo que por casi toda la zona del Reino de Aragón la temperatura está y va a estar por encima de la de Córdoba: ¡Ja ja ja!
¡Sufrid, malditos!
Que sí, que llevo años queriendo ver esto.
Vendo aparatos de aire acondicionado, cachopos y pañoletas para ponerse mañicos y bailar jotas… si podéis.
29 de junio de 2019
Dice el refrán que quien a hierro mata a hierro muere.
También se hizo viral, mucho más recientemente, la frase «no es no”, ¿qué parte de esa frase no entiende?
Otro refrán que viene al caso es el que dice que donde las dan las toman y así, apoyándome en nuestro refranero, fruto de los siglos de experiencia de todas las culturas españolas, me da que en pocos meses volvemos a votar, a ver si escarmentamos y aprendemos a ser coherentes y cultos, es decir, conocedores de la realidad de España y de su economía.