Por: Elko Omar Vázquez Erosa
Las ramas de los sauces se derraman
en lánguidos caireles sobre el agua
y con el grave acento de los cuervos
el viento arrastra el pálido recuerdo
de días que soñaban con su pelo.
La tarde va cediendo
y la tenue fragancia de la hierba
se torna embriagadora
hasta que el velo de la noche antigua
despliega sus plateados esplendores.
Afirman los ancianos
que los sauces nacieron en la luna
y fueron consagrados
a las diosas oscuras,
de culto inmemorial.
Son árboles de brujas y poetas,
testigos silenciosos,
amantes de los lagos.

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