Por: Elko Omar Vázquez Erosa
¿Cuánto más mis pasos por la tierra?
La ciudad había sido calcinada por soles sin misericordia: el camino, muy desagradable ya que me había tocado por compañero un campesino que se quitaba los zapatos, se los ponía, se movía, buscaba su maleta, se agitaba, en fin…
Afortunadamente él no tenía ganas de hablar, así que yo contemplaba, a través de las ventanas, los cerros desolados, sedientos de sangre.
Cerros insaciables a los que no había bastado, para florecer, la sangre de los españoles, los apaches, los fantasmas atormentados que habitan la imaginación.
Era un pueblo con pretensiones de ciudad: bajé con mi maleta y ubiqué un taxi; el tío me llevó a un hotel donde pregunté (ya que me he vuelto a enganchar en el tabaco):
-¿Tienen habitaciones para fumador?
-No: deberá salirse.
Abandoné el sitio arrastrando la maleta:
-Lléveme a un motel corriente, de lo más ordinario, donde dejen fumar, beber y hablar con los fantasmas; donde haya un resquicio de libertad.
-Es un sitio peligroso –dijo el taxista.
Detesto que la gente “decente” me limite:
-Lléveme ahí.
Le hice que se detuviera por cerveza y tabaco, y por la mediocre comida de esa ciudad del desierto.
Mediocres las ciudades del desierto.
Mediocres las religiones del desierto (exceptuando a Egipto, y será gracias al Nilo).
Resecos son los sueños del desierto –por aquello de los días fugitivos-.
Con mares y bosques sueña el corazón, con múltiples dioses y no con aquél de las arenas.
Con mares y bosques…
Esencia de mi alma.