Por: Elko Omar Vázquez Erosa
En Chihuahua se dice que los chilangos, o sea la gente de la capital de México, vienen y dicen haber inventado el hilo negro, y el agua hervida.
Si bien prefiero a Jacques Pirenne por aquello de la historia universal, siempre muy divertida e instructiva, me gusta Carl Grimberg, por ser más chismoso, como estar hablando con una comadre mientras se lava la ropa, ya se sabe.
Carl Grimberg nos ofrece en su Historia Universal, volumen I, página 251, editorial Daimon, 1983, ISBN 968-6024-30-1, impresión… ¡Ya, ya, ya! ¡Que no estén chingando los putos académicos! No sean huevones. Pueden encontrar perfectamente a Carlitos Grimberg con esos datos que les doy y sirve que no dicen que me invento estas chingaderas.
El caso es que Carlitos, un historiador bastante cristiano para mi gusto (nada que ver con monsieur Pirenne) nos ofrece la carta más antigua del mundo. Supongo que ya se habrá descubierto cartas más antiguas, pero como soy bien huevón no me voy a poner a investigar y os ofrezco lo que hay, ¿okey?
“Así habla Gimil-Marduk a su amada: ¡Que los dioses nos conserven el amor! ¡Escríbeme para darme noticias tuyas! Mira, fui a Babilonia y no te pude ver, y estuve muy apenado. ¡Dime cuándo vas a volver para que pueda recuperar mi alegría! Vuelve en el mes de Arachsama (noviembre). ¡Ojalá vivas eternamente para hacerme feliz!”
O sea que antes de Cristo y de Alá se respiraba y se vivía perfectamente (el último de los dos personajes literarios me cae bien gordo, pero no le digan a los musulmanes, que no quiero bombas ni ácido en la cara ni cosas feas en mi vida) y ya había ternura.
Claro que esos batos se inventan quesque nos trajeron el amor y el perdón y no sé qué otras vaciladas.

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