Por: Elko Omar Vázquez Erosa
No le bastaron los ojos radiantes de Leonor de Aquitania; sus hijos, Juan sin tierra y Ricardo Corazón de León
competían para llenar sus días de negras amarguras, y en su copa dorada esa pérfida Albión escanciaba vinagre. En la hora suprema, en su lecho de muerte, Enrique murmuraba: maldito el día que me vio nacer y malditos los hijos que he tenido.