Recorriendo «Elegia de los angeles caidos»

Elegía de los ángeles caídos JPG

Por: Elko Omar Vázquez Erosa

Durante mi malhadado paso por los mass media (prensa y televisión) quedé sorprendido por el extraño amor que el público en general profesa a la mala prosa, los temas sórdidos y los empalagosos, grandilocuentes y surrealistas discursos de los políticos.

Más asombroso me resultó la maldad, espíritu mezquino y vengativo de políticos y periodistas por igual. Estoy convencido de que Honoré de Balzac se quedó corto al retratar a estos últimos como unos salteadores de caminos en su excelente novela Las ilusiones perdidas.

Por lo demás siempre consideré mi tránsito por los mass media como una momentánea perturbación atmosférica así que lejos de tomarme en serio sus fastidiosos, vanos y superficiales discursos, procuré cumplir lo más rápidamente posible con mi cuota de notas y boletines, igual que si paleara estiércol de caballo, y correr al bar más cercano para discutir cuestiones verdaderamente trascendentales (¿es de un tono bajo o alto el color de la Pantera Rosa?), además de leer muchas obras maestras a fin de que mi estilo no se echara a perder por completo en aquellas áridas mesas de redacción.

Entre los autores que frecuentaba por esos días se encuentra el poeta Charles Baudelaire, quien afirma en Mi corazón al desnudo y otros papeles íntimos:

Cualquier diario, de la primera a la última línea, no es más que un tejido de horrores. Guerras, crímenes, robos, impudicias, una borrachera de atrocidad universal. Y con ese asqueroso aperitivo, el hombre civilizado acompaña su comida cada mañana[1].

No obstante lo que pueda decir Baudelaire para los burgueses[2] los periódicos representan el súmmum de la cultura democrática (los libros son sospechosos) y los políticos la cúspide de la evolución humana. Vagamente están enterados de que Platón corrió a los poetas de su República (desde entonces, con la excepción de Nietzsche, los filósofos escriben tan mal) y le agradecen infinitamente ya que los artistas somos unos haraganes e inmorales.

Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian sin cesar las palabras “inmoral, inmoralidad, moralidad en el arte” y otras estupideces, me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de cinco francos que, acompañándome una vez al Louvre, donde jamás había estado, empezó a sonrojarse y a taparse la cara y, tirándome a cada instante de la manga, me preguntaba, ante las estatuas y los cuadros inmortales, cómo se podía exhibir públicamente tamañas indecencias[3].

Después de tan rocambolesca introducción debo aclarar que Elegía de los ángeles caídos no trata de periodismo o de políticos, pero fue en ese ambiente de exuberante corrupción y bajo el pernicioso influjo de Baudelaire (a quien he amado hasta el plagio como dijo, bellamente, un autor cuyo nombre no me viene a la memoria) cuando escribí Elegía de los ángeles caídos.

Como la mayoría de mis poemarios este libro, que se publica por primera ocasión a través de Kindle Direct Publishing, se divide en tres ambientes: Mascarada, Salamandras y Plegarias de fuego.

El primer ambiente abre con una breve composición en decasílabos que además presta su nombre a tu blog favorito en la primera línea:

 Voluptuosidad es la palabra,
voluptuosidad es el dolor,
es la fragancia del vino orlado
con rojos destellos del secreto.

Voluptuosidad es la mirada,
voluptuosidad es el adiós,
fulgor escarlata del infierno
que yace donde los ojos locos,
helados, acerados del deseo.

Aunque constituya una redundancia la personae o personaje poético de este ramillete qlifótico se sirve  de una serie de máscaras: el amante desdeñado, el príncipe decadente, el libertino elegante, el borracho perdido, el peregrino de los yermos, el poeta (recién salido de la buhardilla), el cínico, el criminal y el hechicero, quienes establecen el tono del resto del poemario:

Tengo por gloria
jamás haber pulsado
ni siquiera una cuerda
de la lira patriótica.

El segundo ambiente, Salamandras, aborda propiamente la caída y las ardientes llamas del pecado: las toxicomanías, la lujuria, la soberbia y un anhelo de redención:

Amanecí en este campamento industrial:
mis auroras vueltas desamparo y resaca,
mi turbio pelo enmarañado en el espejo.

Ojos sangrientos: mi nombre, mi edad, mi panza:
ecos de indolentes y sórdidas tabernas.

O éste:

En lechos de lascivas odaliscas,
en aquellos lechos de incienso y muerte,
el príncipe soñaba con desiertos,
con las rutas del opio y del perfume.

El tercer y último ambiente, Plegarias de fuego, intensifica estos temas para estallar en la derrota y el exilio de la personae, sin que quede muy claro si alcanzó la  anhelada redención:

Buscaba los nuevos caminos
con desesperación,
con el fuego luciferino
que me había llevado
de los palacios del placer
hasta los helados desiertos
del norte, donde los dioses
se reúnen para jugar
a los dados, en el silencio.

No te dejes humillar por tus rivales intelectuales. Demuéstrales que eres un lector bien pesado y no el clásico(a) baboso(a) que lee a Benedetti o a Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Mejor adquiere hoy mismo, por un precio simbólico Elegía de los ángeles caídos para que lo tengas en tu tablet, dispositivo de lectura, teléfono celular o pc y te vuelvas el terror de los salones literarios[4]. ¡No esperes más!

[1] Baudelaire, Charles. Mi corazón al desnudo y otros papeles íntimos. Visor, Madrid. 1983. p. 76

[2] Utilizamos el término “burgués” desde el punto de vista del artista y no del militante de izquierda, puesto que no lo somos. Burgués se entenderá, entonces, como filisteo, palabra en  la que pueden y deben quedar comprendidos muchos socialistas, comenzando por Marx.

[3] ídem. p. 78

[4] Recuerda descargar el programa gratuito Kindle Reader. Aliméntate sanamente: come frutas y verduras.

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3 respuestas a “Recorriendo «Elegia de los angeles caidos»

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